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Hace menos de una semana que durante un día el mundo se volvió feminista. Las instituciones iluminaron sus fachadas con leds de color lila. Las asociaciones y artistas, divulgadoras, activistas tuvimos la agenda más completa que nunca: peticiones de colaboraciones en el buzón de entrada, charlas, directos, talleres, marchas, pancartas, artículos…

Una presión repentina por manifestarse, crear o comunicar se hizo tangible convirtiéndose en una marea violeta que ocupaba las RRSS, los medios de comunicación e incluso los grupos de whatsapp de la familia: “Feliz 8-M”, “Feliz Día Internacional de la Mujer”.

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Al día siguiente nada. Las mismas dinámicas de siempre: purplewashing, trabas para desarrollar proyectos, acoso, trabajo intelectual sin pagar. Así, parece que toda conmemoración pierde su peso bajo el concepto de la celebración, en la cual, además, se palpa un planteamiento acrítico y arrastrado: ¿tiene sentido que todavía hablemos de “Mujer” en vez de “Mujeres”?. El problema de toda esta sobre carga de información con buenas pretensiones es que crea el efecto contrario. Los programas colapsan y la propaganda entierra la memoria histórica.

Es necesario repensar cómo reivindicamos el feminismo —qué tipo de feminismo—, así como cuales son nuestras aportaciones y demandas; como el único medio para que las empresas y otras entidades no blanqueen toda la violencia anual con un solo color.

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