espartaco

En el año73 A.C. la República romana se hallaba en el apogeo de su poder. Había destruido hasta la última piedra de su viejo rival, Cartago. Había puesto de rodillas a los estados griegos herederos de Alejandro Magno, quienes tuvieron que someterse o ser destruidos.

Era la república un estado poderoso. Si algo la caracterizaba era el uso sin precedentes de la maquinaria militar como garante de un flujo constante de esclavos que componían la base de su economía, cultivando los grandes latifundios de la élite romana. Los esclavos componían hasta un 10% de la población del imperio. Ese mismo año un gladiador tracio llamado Espartaco se sublevó en la escuela de gladiadores de la ciudad de Capua e inició una rebelión que hizo tambalear sus cimientos. La llamada 3º guerra servil se inició por unos 200 gladiadores, que mataron a sus guardias y huyeron a las faldas del Vesubio.

La rebelión

Los romanos no se alarmaron. No era la primera rebelión de esclavos que sofocaban. No lo hicieron cuando los gladiadores derrotaron a las tropas locales. Tampoco cuando emboscaron a los 3000 hombres enviados en su contra y se hicieron con sus armas y equipamiento. Ni siquiera cuando envalentonados por las sucesivas victorias, los gladiadores consiguen reunir entorno a ellos a 50.000 esclavos huidos.

Hará falta que dos legiones enteras sean derrotadas para que el senado se dé cuenta de la gravedad de la situación. No se trata de una simple rebelión de esclavos. Italia se ha quedado desguarnecida, y todas las tensiones sociales explotan. A los rebeldes se suman desertores atraídos por el reparto equitativo del botín, así como pastores y campesinos libres, asfixiados por la cada vez mayor presión de las grandes extensiones de tierra en manos de los senadores sobre las pequeñas propiedades. Los sublevados derrotan una y otra vez a las formidables legiones. Finalmente, el Senado se ve forzado a tomar medidas extraordinarias. Llama a las veteranas tropas destacadas en la lenta y agotadora conquista de la península ibérica, bajo el mando del general Pompeyo.

Superados en número debido a las divisiones internas los rebeldes se ven forzados a irse retirando poco a poco hacia la punta de la bota. Han recorrido la práctica totalidad de la península itálica. Esto se debió en gran medida debido a la composición de los sublevados. Mientras que buena parte de los esclavos (celtas, germanos o tracios) deseaban volver a sus tribus de origen más allá de los Alpes, aquellos hombres libres y esclavos que habían nacido en Italia veían en la rebelión la oportunidad perfecta para marchar sobre Roma y hacer valer sus reivindicaciones. A estos habría que sumar a aquellos que deseaban el jugoso botín que supondría la ciudad. Por último, estaban los que abogaban por unirse a los esclavos sublevados de Sicilia, haciendo de la isla un bastión contra el poder de Roma.

Esta opción es la que se impone finalmente. Pero la traición de los piratas cilicios, encargados de transportarlos a la isla, deja a los sublevados atrapados entre el mar y las legiones. Antes de su última batalla, Espartaco sacrifica su caballo a los dioses, buscando fortuna y mostrando que ya no hay escapatoria posible en caso de derrota. 60.000 esclavos caen en combate y los 6000 supervivientes son crucificados a lo largo de la vía Apia, como muestra del destino que les espera a aquellos que osan desafiar al poder establecido.

Con su historia iniciamos una serie de artículos cuyo objetivo es dar a conocer diferentes movimientos igualitarios que se han dado a lo largo de la historia. Esto lo hacemos por dos razones: La primera es ver como la lucha de clases es el motor de la historia; y la segunda explicar porque todos estos movimientos no tuvieron la capacidad de cambiar el mundo de base como si pudieron hacer las revoluciones burguesas y proletarias de la edad contemporánea.

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¿Por qué Espartaco?

Hemos de admitir que quizás Espartaco no sea el que mejor se adapte a estos parámetros que acabamos de relatar ¿por qué? Pues porque la rebelión de Espartaco no fue la primera ni la última revuelta de esclavos que hubo durante la historia de la república. Ni siquiera la más duradera ni la que más hombres puso en pie de guerra. Tampoco buscaba cambiar la sociedad. Los esclavos se dedicaron a saquear el campo romano con la intención de huir a sus tribus de origen, dejando a Roma como estaba y realizando sus mismas prácticas, incluyendo el uso de esclavos y el obligar a los romanos capturados a luchar como gladiadores. Y además en verdad los gladiadores tenían más líderes, como Crixo y Enomao.

¿Por qué entonces empezar por Espartaco? Pues porque Espartaco es un símbolo. La genial película de Stanley Kubrick de 1960 consolidó en el imaginario moderno esta imagen romántica del tracio que amaba la libertad. Es curioso como en las posteriores adaptaciones (sobre todo aquellas que se han hecho a partir del año 2000) esta imagen ha sido eclipsada por otra visión tópica del gladiador, la del mito erótico masculino. No es algo casual. Su leyenda ha resonado a lo largo del tiempo como un grito a la libertad, utilizada tanto por los sectores más jacobinos de las revoluciones burguesas como durante las revoluciones socialistas, dando nombre a movimientos como los comunistas espartaquistas de Rosa Luxemburgo.

Por ello Espartaco es (y debe seguir siendo, más allá de su figura histórica) un perenne recordatorio de que la lucha de clases existe desde los tiempos más antiguos y que los más fuertes imperios pueden temblar y tambalearse ante el grito de los oprimidos.

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